Hasta febrero de 2023 podrá visitarse la muestra “El arte es un misterio. Los años 90 en Buenos Aires”, curada por Francisco Lemus, en Colección Fortabat. Una muestra que reúne un gran repertorio de producciones de Sergio Avello, Elba Bairon, Feliciano Centurión, Martín Di Girolamo, Rosana Fuertes, Fabulous Nobodies (Roberto Jacoby y Kiwi Sainz), Silvia Gai, Mónica Giron, Alberto Goldenstein, Sebastián Gordín , Jorge Gumier Maier, Pompi Gutnisky, Miguel Harte, Graciela Hasper, Alicia Herrero, Fabio Kacero, Alejandro Kuropatwa, Fernanda Laguna, Benito Laren, Lux Lindner, Alfredo Londaibere, Ana López, Liliana Maresca, Emiliano Miliyo, Ariadna Pastorini, Marcelo Pombo, Elisabet Sánchez, Cristina Schiavi, Omar Schiliro, Marcia Schvartz, Alan Segal, Pablo Siquier, Pablo Suárez.
“levedad generalizada”
“superficial”
“guarango”
“apolítico”
“evasivo”
“vulgar”
“banal”
“light”.
Así fue descripto el arte de los 90 en Buenos Aires.
La nota publicada en La Nación en 1992, por López Anaya sobre la muestra de Gumier Maier, Benito Laren, Alfredo Londaibere y Omar Schiliro en el Espacio Giesso, titulada “El absurdo y la ficción en una notable muestra”, brindó el término light para describir las obras. Si bien, Anaya no tuvo intención peyorativa, el término vino como anillo al dedo a aquellos que expresaban su descontento con el arte que estaba floreciendo en la escena del underground y, especialmente, en el entorno del Centro Cultural Rojas. Además, el crítico francés Pierre Restany en su artículo “Arte guarango para la Argentina de Ménem”, caracterizó al arte de la época como decorativo y en sintonía con el gobierno.
Por lo tanto, el arte de la década estuvo marcado por la discusión en torno a lo que se suponía era “Arte Light”. Esto implicó dos posiciones antagónicas e inconciliables: el arte “comprometido” de las décadas de los 60, 70 y 80 y el arte “evasivo” del presente. Esa dicotomía puso un velo que nubló, hasta el día de hoy, la mirada sobre el arte de los 90 y que impidió por lo tanto entender la complejidad y la riqueza de su producción. Desde ese punto se posiciona el curador e historiador del arte Francisco Lemus para dar un giro y correr los prejuicios que entorpecieron la mirada. A través de un proceso que le ha implicado años de investigación, viene hoy a proponer una lectura renovada respecto de los tiempos que corrían por años 90 y las implicancias fundamentales que supuso esa producción para el arte de los tiempos actuales. Es por eso que la muestra se compone no sólo de las obras sino también de otros objetos como afiches, volantes y otros documentos que completan la lectura curatorial figurando el contexto de las prácticas artísticas de la época.
A nivel mundial se erigía, tras la caída del muro de Berlín, un nuevo orden con Estados Unidos a la cabeza que imponía con éxito el sistema político y económico capitalista. Es así que, como dice María José Herrera, “los proyectos a futuro parecieron quedar subsumidos al libre juego del mercado”. ¿Qué sucedía en Argentina en los 90? Se desarrollaba el plan neoliberal, que trajo consigo la modernización en el ámbito de las telecomunicaciones con internet, la instalación de grandes cadenas comerciales internacionales y el acceso a bienes de consumo provenientes de diferentes partes de mundo. Pero también hubo crisis hiperinflacionaria a fines de los 80, una progresiva informalización laboral y desocupación, a lo que se sumó la pandemia del VIH que consumió los cuerpos.
En este contexto se configuró un panorama muy diverso del arte, algunos más cercanos al underground manifestaron nuevas formas de sociabilidad que planteaban la liberación de los cánones sexuales y los roles de género. Por ejemplo, las fotografías de Alberto Goldenstein, los sandwichongos de Pablo Suárez, “Macetón” de Marcia Schvartz, entre otras, mostraron la convivencia de la fiesta, el hedonismo y la parodia. El underground fue lugar de exorcismos que liberaron al cuerpo y repelieron lo que le hacía daño.
Otras producciones se apropiaron de los enunciados que llamaban a este arte guarango y light o que contraponían el arte de los 60 al de los 90, por ejemplo la obra de Martín Di Giorlamo “La soledad de Steffie” o la de Rosana Fuertes “Los 60 no son los 90”. Como explica Lemus, el arte estuvo inserto en un escenario social y económico condicionado por la doctrina del neoliberalismo. Fueron imágenes vulgares para la crítica, pero ¿qué es el consumo desbordado del neoliberalismo sino obscenidad?
El arte, como explica el curador, no se adhirió a los postulados neoliberales sino que se dirimió en la supervivencia y en la posibilidad de crear en un contexto hostil. A este contexto se sumó, como mencionamos anteriormente, la pandemia del VIH. Es así que surgieron diferentes respuestas en el arte: desde producciones que se enfocaron en lo personal, para conectar con un aspecto más espiritual del arte, como la obra de Mónica Girón; mientras que otras se enfocaron en proyectos colectivos, como “Yo tengo sida” de Fabulous Nobodies, integrado por Roberto Jacoby y Mariana “Kiwi” Sainz. Lo colectivo fue entonces el medio propicio para producir con una red de contención.
La globalización trajo consigo la gran era del plástico y el acceso a nuevos bienes de consumo y productos importados. Y, como el arte es una sublimación de la realidad, muchas producciones se valieron de diferentes materiales, proponiendo la ironía como recurso poético. Algunos ejemplos de esto son los cartones de Marcelo Pombo, los collages de Alfredo Londaibere o los objetos de Sebastián Gordín. También se apeló a las imágenes de la infancia y al humor, como en los pequeños acrílicos y dibujos-poemas con stickers de Fernanda Laguna. Aquí sus obras nos hablan de los deseos, los estados de ánimo, del amor y también de lo cursi.
Las emociones y los afectos fueron expresados también en un sentido más íntimo, enfocado en el ámbito de lo doméstico. Estas obras, explica el curador, tuvieron la capacidad de registrar problemas que hasta entonces habían pasado inadvertidos o que ocupaban un lugar menor en la historia del arte. En esta línea están por ejemplo las obras de Ariadna Pastorini o Feliciano Centurión. Aquí, la costura, los bordados y patrones decorativos confirman lo sublime de lo cotidiano y lo doméstico, donde descubrimos lo que subyace en las apariencias.
También el arte abstracto tuvo su papel, pero no sin la vuelta de rosca que caracterizó a la época: se trató de abstracción y ornamento, con colores pastel o estridentes, algunas obras cercanas incluso a la estética kitsch. Así aparecieron obras como las de Omar Schiliro, Jorge Gumier Maier o Fabio Kacero, inspiradas en el diseño, la moda, la decoración y, en definitiva, la vida cotidiana.
El underground y el activismo de la postdictadura sentaron las bases y los artistas tomaron distancia de los “grandes temas valorados por la tradición artística”, dice Lemus. En ese contexto, lo global y la euforia de consumo convivió con lo íntimo y con la muerte. Se creó con intensidad al tiempo que el VIH se llevaba a los seres queridos. Es entonces que “la belleza y el goce se mezclaron con la muerte. La subjetividad atravesó todo: las imágenes recurrentes, las operaciones estéticas, el discurso y los modos de agruparse. Lo personal adquirió una jerarquía inédita en la representación”.
Se trajo a un primer plano lo doméstico, la ironía sobre los estereotipos de la mujer, se aportó una mirada desprejuiciada y liberadora de los géneros y la sexualidad. Sin ser activista pero no por ello apolítico, el arte se desarrolló bajo la forma de la micropolítica como manera de ordenar los signos de una época, explica Lemus.
¿Cómo resuena el arte de los 90 ahora?
Podemos decir que el arte se manifiesta bajo formas diversas: a veces de carácter esquivo, nos seduce y espanta. Y, sin nuestro permiso, queda resonando en nuestras pupilas y en nuestros nervios. El arte, sublimación de alguna realidad, es un misterio.
goce
belleza
muerte
íntimo
irónico
popular
personal
subjetivo
acto micropolítico.