Arte
Un poema- una obra: “Masaccio” de Julio Cortázar

MASACCIO

I

Así la luz lo sigue mansa,

y él que halló su raíz y le dio el agua

urde con sus semillas el verano.

Un oscuro secreto amor, una antigua noticia

por nadie confirmada, que sola continúa y pesa;

el vino hace su tiempo, la distancia se puebla

de construcciones memorables.

Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca,

la vida gira, es esa manzana que le ofrece una mujer,

los niños y los carros resonantes. Es el sol sobre Firenze

pisando tejas y pretiles.

Edificio mental, ¿cómo crecer para alzarte a tu término?

Las cosas están ahí, pero lo que se quiere no está nunca,

es la palabra que falta, el perro que huye con la cadena,

y esa campana próxima no es la campana de tu iglesia.

Bosque de sombra, la luz te circundaba con su engaño

dulce, un fácil puente sobre el tiempo

Torvamente la echabas a la calle para volverte a las capillas

solo con tu certeza. Alguna vez

le abrirías las puertas verdaderas, y un incendio

de oro y plumajes correría sobre los ojos. Pero aún no era hora.

Así va, lleno de jugos ácidos, mirando en torno

la realidad que insperada salta en los portales

y se llama gozne, paño, hierba, espera.

Está seguro en su inseguridad, desnudo

de silencio. Lo que sabes es poco pero pesa

como los higos secos en el bolso del pobre.

Sabe signos lejanos, olvidados mensajes que esperan

en paredes ya no favorecidas; su fe es una linterna

alzándose en las bóvedas para mostrar, humosa,

estigmas, una túnica, un abrazo maldito.

Vuelve y contempla y odia su amor que de rodillas bebe

en esa fuente abandonada. Otros

pasan sonriendo sus visiones

y alas celestes danzan un apoyo para la clara mano.

Masaccio está solo, en las capillas solas,

eligiendo las tramas del revés en el lodazal de un cielo de mendigo,

olvidado de saludar, con un pan

sobre el andamio, con un cuenco de agua,

y lodo por hacer contra tanto sueño.

En lo adentro del día, en esa lumbre

que hace estallar lo más oscuro de las cosas, busca;

no es bastante aclarar; que la blancura

sostenga entre las manos un martirio

y sólo entonces, inefable, sea.

II

La escondida

figura que ronda entre las naves

y mueve el agua de las pilas.

Entre oraciones ajenas y pálidos sermones

eso empezaba a desgajarse. Él soportaba

inmóvil, oyendo croar los grajos en los campaniles,

irse el sol arrastrando los últimos oficios. Solo,

con el incienso pegado a la ropa, un gusto a pan

y ceniza. Traían luces.

Cuando salía andaban ya las guardias.

Pintar sin cielo un cielo, sin azul el azul.

Color, astuta flauta! Por Ia sombra

ir a ellos, confirmándolos. La sombra

que antecede al color y lo anonada. En las naves,

de noche veía hundirse el artificio,

confundidos los cuerpos y los gestos en una misma podre

de aire; su quieto corazón soñó

un orden nocturno donde el ángel

sobreviviera.

Pintó el pago del tributo con la seguridad del que golpea;

estaba bien esa violencia contenida

que estallaría en algún pecho, vaina

lanzanlo lejos la semilla.

Un frío de pasión lo desnudaba; así nació

la imagen del que aguarda el bautismo con un gesto aterido,

aspersión de infinito contra la rueda de los días

reteniéndolo aún del lado de la tierra.

Un tiempo predatorio levantaba pendones y cadalsos;

sobrevenían voces, el eco

de incendios, poemas, desentierros.

Los mármoles tornaban más puros de su sueño,

y manuscritos con razones

y órdenes del mundo.

En los mercados

se escuchaba volver las fábulas dormidas; el aceite

y el ajo eran Ulises. Masaccio iba contento a las tabernas,

su boca aliaba el ardor del pescado y la cebolla

con un eco de aromas abaciales, mordía

en la manzana fresca el grito de la condenación,

a la sombra de un árbol de vino que fue sangre.

De ese desgarramiento hizo un encuentro,

y Cristo pudo ser de nuevo Orfeo, un ebrio

pastor de altura. Ahora entrañaba fuerza

elemental; por eso su morir requería violencia,

verde agonía, peso de la cabeza que se aplasta crujiendo

sobre un torso de cruel sobrevivencia.

Pintó sus hombros con la profundidad del mar y no del cielo,

necesitado de un obstáculo, de un viento en contra

que los probara y definiera y acabara.

Después le cupo a él la muerte,

y la aceptó como el pan y la paga,

distraído, mirando otra cosa

que tampoco veía. EI alba estaba cerca,

Ia vuelta de la luz legítima. !Cuántos oros y azules esperando!

Frente a los cubos donde templaría esa alborada

Masaccio oyó decir su nombre.

Se fue, y ya amanecía

Piero della Francesca.

JULIO CORTÁZAR

* Publicado en SUR, Nº 325, julio agosto de 1970. Ed 1974.

* “Frescos de la Capilla Brancacci” (1424-1428, pintura al fresco, Iglesia de Santa Maria del Carmine, Florencia). .Masacio, realizados junto a Masolino.  (Fotos: Wikimedia Commons [dominio público]).

Bautismo de los neófitos, Resurrección del Hijo de Teófilo y Trono de San Pedro (Masaccio y Filippino Lippi)

 

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